En el 149 a. C., más de cincuenta años después de haber firmado la paz, los romanos declararon una sorpresiva guerra contra Cartago desembarcando con un ejército de más de 80.000 hombres en África, a menos de un día de marcha de la ciudad púnica. Las demandas romanas no eran negociables: los cartagineses debían abandonar su ciudad y asentarse en el interior de África. Los romanos iban a destruir Cartago. Esta es la historia de la Tercera Guerra Púnica, una guerra que si bien no se explica sin el contexto de sus predecesoras, es de una naturaleza profundamente distinta. Veamos.

En el 149 a. C., la ciudad púnica de Útica, a menos de un día de marcha al norte de Cartago (y considerada como una ciudad hermana, al haber sido ambas fundadas por colonos tirios), contactó al senado romano y ofreció entregarle la ciudad: el gobierno, sus dominios, y la libertad del pueblo. Cuando una ciudad se ofrecía a los romanos de esta manera, que los romanos denominaban deditio, el senado romano pasaba a ser dueño de la ciudad de forma literal: de sus espacios físicos y dominios, así como de su gobierno y sus ciudadanos. En el caso de Útica, los romanos aceptaron el ofrecimiento gustosamente y anexaron la ciudad a la vez que enviaban desde Sicilia un poderoso ejército de 80.000 soldados con cerca de cincuenta buques de guerra (quinquirremes) a África, desembarcando junto a su nueva aliada. Su objetivo: destruir Cartago.
Si bien esto supuso una sorpresa para los cartagineses, principalmente debido a la determinación romana de no ceder, no se puede decir que haya sido un movimiento que nadie, ni siquiera los mismos cartagineses, pudieron prever. Los romanos venían pensando en una nueva guerra contra Cartago al menos desde el 152 a. C., y la deditio de Útica se explica porque sus gobernantes veían que esta era una posibilidad real, y que tenían mejores chances en una nueva guerra participando del bando romano, sobre todo si se tiene en cuenta que durante la Segunda Guerra Púnica los romanos asediaron la ciudad por más de un año sin que los cartagineses hicieran mucho al respecto.
Ahora, la pregunta es, ¿qué es lo que llevó a los romanos a tomar la decisión de destruir Cartago? La idea de arrasar la ciudad púnica ya estaba en mente de algunos senadores romanos en la época de la Primera y la Segunda Guerra Púnica, pero nunca había sido una posibilidad real: las fortificaciones de Cartago y las fuerzas de las que aun disponía lo hacía virtualmente imposible. Pero en la década del 150 a. C. sucedieron una serie de eventos que cambiaron esto.
Para poner todo en contexto, primero es necesario revisar algunas de las cláusulas del tratado de paz establecido en el 201 a. C. entre Roma y Cartago. Además de tener que pagar una indemnización de guerra en un plazo de cincuenta años, Cartago quedaba restringida a tener una flota de guerra de máximo diez buques, debía restaurar territorios al rey númida Masinisa (aunque las fuentes no especifican cuales), y tenía prohibido declararle la guerra a cualquier otro pueblo sin la previa aprobación de Roma. Masinisa, que fue aliado de Roma en los últimos años de la Segunda Guerra Púnica (y clave en la obtención del triunfo romano en la batalla de Zama), era muy consciente de las prohibiciones que pesaban sobre Cartago y de su propia posición como amigo del pueblo romano, y a partir del 196 a. C. comenzó a implementar una política de expansión territorial a costas de los dominios cartagineses, con los cuales limitaba su reino por el este. El senado romano le prohibió seguir expandiéndose, pero en el 181 a. C. volvió a apropiarse de territorio cartaginés, ante lo cual fue amonestado y obligado a retirarse a los límites originales de su reino.
Roma siguió haciendo el papel de mediador, tratando de mantener un status quo entre Numidia y Cartago durante algunos años, pero en la década del 160 a. C. la actitud del senado romano cambió drásticamente. Masinisa volvió a la carga, apropiándose de la región cartaginesa de Emporia. Los cartagineses, que tenían prohibido hacer la guerra sin el consentimiento de Roma, enviaron una embajada ante el senado romano, pero este respondió reconociendo a Masinisa como legítimo dueño de la región, además de obligar a los cartagineses a pagar una indemnización al rey númida por el conflicto generado con su protesta. La situación volvió a repetirse unos años mas tarde, cuando Masinisa invadió la región de Muxi y cruzó el río Bagradas hacia el corazón del territorio cartaginés. Los cartagineses volvieron a enviar embajadores a Roma, pero no consiguieron nada. El rey númida seguía acaparando territorio, reduciendo a Cartago a sus dominios en la costa oriental de África (actual Túnez).
El año 152 a. C. se produjo un incidente que profundizó el conflicto. Una partida de númidas que acampó en territorio cartaginés fue atacada por un pequeño contingente militar enviado desde Cartago. Los númidas enviaron una embajada a Roma para denunciar el ataque, quienes a su vez enviaron una legación liderada por Catón el Viejo a Cartago para investigar el asunto, el célebre senador, entre otras cosas, por tener una fijación con la fantasía de destruir Cartago. Todo terminó con una nueva amonestación para los cartagineses, que otra vez quedaban de manos atadas ante el avance de Masinisa.

Polibio, quien registra el período entreguerras, sostiene que los romanos siempre buscaron perjudicar a los cartagineses en sus litigios con los númidas (31. 21. 5-7). Por su parte, el historiador alejandrino Apiano llega al extremo de sostener que los embajadores romanos en África tenían órdenes secretas del senado de beneficiar a Masinisa en sus disputas con Cartago (Pun. 68). Ambos historiadores, griegos, son críticos del actuar de Roma en este período, insinuando que forzó o buscó en cierta medida la situación que justificara una nueva guerra contra Cartago. Si bien en la historiografía romana no se mencionan en mayor profundidad los incidentes entre númidas y cartagineses, esta sí fue crítica del actuar romano durante la Tercera Guerra Púnica, sobre todo a medida que los historiadores que escribían al respecto se alejaban temporalmente de los hechos narrados.
En el 151 a. C. Cartago levantó un ejército por primera vez en cinco décadas. Ese mismo año la ciudad terminó de pagar la indemnización de guerra a Roma, un hecho que además de práctico, era simbólico en cuanto a que representaba –hasta cierto punto– el fin de la sumisión del pueblo cartaginés ante los romanos, quienes a su vez veían este pago anual como un tributo de un pueblo sometido. Este hecho, sumado a la inacción del senado romano durante las últimas décadas ante los abusos de Masinisa, puede haber llevado al senado cartaginés a creer que seguir sometiéndose a las cláusulas del tratado de paz del 201 a. C. (en particular lo referente a la prohibición de hacer la guerra contra cualquier pueblo sin previa aprobación de Roma) no tenía sentido ni mayores fundamentos. Esto es algo sobre lo que solo se puede especular ya que aun cuando tenemos fuentes griegas como Polibio y Apiano, estas son consideradas pro-romanas. No tenemos una versión cartaginesa de los hechos.
Con un nuevo ejército, el senado cartaginés decidió reaccionar de una vez por todas. La oportunidad se dio cuando el rey númida puso sitio a la ciudad de Horóscopa, en territorio cartaginés. El ejército, al mando de Asdrúbal, marchó contra los númidas e intentó sin éxito levantar el asedio de la ciudad. Cuando una plaga azotó el campamento cartaginés, estos se rindieron y solicitaron la paz a Masinisa. El rey númida accedió, pero cuando los soldados cartagineses abandonaban su campamento desarmado, como se había establecido en el acuerdo, dio la orden de atacar. El ejército cartaginés fue aniquilado. De cerca de 25.000 hombres, unos pocos miles, entre ellos Asdrúbal, lograron regresar a Cartago, donde fueron condenados a muerte por el senado cartaginés, que con el desastre pasó a ser dominado por una facción reticente a la guerra contra los númidas.
En Roma estaban atentos a lo que sucedía en África. Los cartagineses habían levantado un ejército y atacado a Masinisa sin su consentimiento. Desde su perspectiva, por fin tenían una excusa válida para declararle la guerra a Cartago. Ese mismo año, comenzaron abiertamente los preparativos para la invasión de África. Los cartagineses, alertados, enviaron una embajada a Roma para informar que los instigadores de la guerra contra Masinisa habían sido condenados, pero eso no fue suficiente para el senado romano, que se limitó a entregar una respuesta ambigua mientras seguía haciendo los preparativos para la guerra: los cartagineses podían evitar la guerra si satisfacían los deseos del pueblo romano. La embajada cartaginesa preguntó por el significado de esas palabras, pero los senadores romanos prefirieron no explicarse. El deseo del pueblo romano era destruir Cartago.
Durante el 150 a. C. los cartagineses enviaron nuevas embajadas a Roma. Los senadores romanos exigieron la entrega de trescientos rehenes para evitar la guerra, y los cartagineses cumplieron. La sorpresa debe haber sido muy grande en Cartago cuando al año siguiente, la ciudad de Útica se entregó a Roma y el ejército romano estacionado en Sicilia zarpó rumbo a África con 80.000 hombres y cincuenta buques de guerra. Los cartagineses enviaron una nueva embajada al campamento romano junto a Útica y ofrecieron entregar la ciudad en los mismos términos que Útica para evitar la guerra; una deditio, en la que entregaban el territorio de la ciudad, sus posesiones públicas y privadas, y la libertad del pueblo, para ponerlas a disposición de Roma. Así de lejos estaban dispuestos a llegar los cartagineses para evitar la guerra.
Los romanos aceptaron el ofrecimiento y luego le ordenaron a los cartagineses entregar todos sus buques de guerra, armamento y armas de asedio. Cuando estos obedecieron, dejando la ciudad indefensa salvo por sus fortificaciones, los cónsules romanos les ordenaron abandonar la ciudad y asentarse en cualquier parte de África siempre que fuese al menos a quince kilómetros de la costa. Los cartagineses, indignados ante la manipulación romana, decidieron que preferían morir luchando antes que entregar la ciudad y el senado cartaginés declaró la guerra contra Roma. De inmediato comenzaron los preparativos. La ciudad entera se convirtió en un arsenal de guerra. Se fundieron estatuas, joyas y todo tipo de metales para hacer armas, se demolieron edificios para mantener las fortificaciones y comenzar a construir nuevos barcos. Apiano cuenta que a falta de materiales, las mujeres cartaginesas se cortaron sus cabellos y los donaron para fabricar cuerdas para las catapultas y otras armas (Pun. 93). A la vez, se envió mensajeros a Asdrúbal, quien había logrado escapar de la ciudad hacia el interior de África, donde había comenzado a levantar un nuevo ejército con el que originalmente pretendía hacerse con el control de Cartago. El senado cartaginés le revocó la condena de muerte y le imploró que acudiera en defensa de la ciudad. Era el 149 a. C. Así comenzaba la Tercera Guerra Púnica.
Mientras todo esto pasaba en Cartago, los cónsules romanos se mantuvieron con el ejército estacionado en Útica durante algunos días esperando una respuesta a su última exigencia. Al ver que los cartagineses no enviaban una nueva embajada, decidieron mover su ejército y acampar a las afueras de Cartago, creyendo que así ejercerían suficiente presión para que finalmente cediesen a su orden de abandonar la ciudad. Se consumieron algunos días más así, y cuando los cónsules comprendieron que los cartagineses no iban a salir de su ciudad, decidieron iniciar el asedio y asaltar sus fortificaciones.
Ahora, para entender por qué los cartagineses fueron capaces de aguantar el asedio romano por tres años, cuando recientemente habían perdido su ejército y entregado todo su armamento y buques de guerra a los propios romanos, es necesario tener en cuenta el sitio geográfico en que se emplazaba la ciudad, así como las proporciones de sus fortificaciones, fácilmente las más poderosas de la época.
Cartago se encontraba en el extremo este de un gran istmo con la forma de una punta de flecha, en la cual el terreno se elevaba. Por el norte y el este este istmo colindaba con los mares del Golfo de Túnez, y al sur con un lago de agua salada, que distaba de unirse al mar por una pequeña franja de tierra pantanosa que se extendía hasta la propia Cartago. La ciudad estaba defendida por un sistema de murallas que envolvía todo el extremo del istmo, cerrándolo en dirección a África con una doble muralla que a su vez eran protegidas por una empalizada y un foso. En el interior, la ciudad junto a sus centros neurálgicos; el ágora en la colina de Byrsa, el área sagrade del Tophet, y el Cotón (el sector fortificado de los puertos), era protegida por otro sistema de murallas que se unía al principal, mientras que los barrios urbanos de Megara, el resultado de un explosivo crecimiento poblacional más allá de fortificaciones del centro de la ciudad, quedaba protegida por el sistema principal de murallas que abarcaba gran parte del istmo. El resto del territorio que se extendía hacia el oeste dentro de las fortificaciones estaban conformado por campos de cultivo, principalmente de trigo, vid y olivos.
Los primeros intentos por tomar la ciudad, acaecidos en el verano del 149 a. C., fueron rotundos fracasos para los romanos, que habían dividido sus fuerzas en dos campamentos, uno en el istmo que conectaba a la ciudad con el interior de África, el otro al sur de esta, a las orillas del lago salado que conformaba la única otra vía de aproximación por tierra hacia Cartago. Los cónsules romanos esperaban una guerra corta debido a la forma en que habían desarmado a los cartagineses, pero cuando los repetidos intentos de tomar las fortificaciones del istmo fallaron, los romanos se dieron cuenta de que tendrían que esforzarse un poco más si querían conquistar la ciudad.
La segunda semana de asedio se inició con nuevos asaltos a las fortificaciones cartaginesas, pero estos remitieron cuando Asdrúbal apareció desde el interior de África con un nuevo ejército y acampó a pocos kilómetros de las líneas romanas. Durante las siguientes semanas, los romanos estuvieron haciendo nuevos preparativos contra los muros de Cartago, talando los bosques aledaños con los que construir máquinas de asedio. Cuando estuvieron preparados, lanzaron ataques simultáneos por el oeste y por el sur, logrando abrir una brecha en este último punto. Pero los cartagineses lucharon con furia en las calles de la ciudad, expulsando a los pocos romanos que habían logrado entrar. Para la noche, los cartagineses ya trabajaban arduamente en reparar el muro e hicieron una salida comandados por el otro general a cargo de las defensas de la ciudad, también de nombre Asdrúbal (y nieto del rey númida Masinisa), para prender fuego a las armas de asedio, arrasando con estas.
Luego de esas frenéticas semanas en que los romanos trataron una y otra vez de asaltar Cartago, los cónsules romanos sucumbieron a la inacción, sin saber qué hacer. Para colmo, con las altas temperaturas del verano y el mal emplazamiento elegido para el campamento al sur de la ciudad, que quedaba privado de los vientos frescos marinos debido a las murallas de la propia ciudad, estalló entre los romanos una peste que los obligó a levantar su campamento y establecerlo varios kilómetros más al sur, aliviando así el cerco sobre Cartago. Los cartagineses, un pueblo no solo de comerciantes, sino que también de hábiles marineros, aprovecharon la oportunidad y mientras la flota romana navegaba paralela a la costa cargada con las provisiones del ejército, soltaron los pequeños barcos que habían estado construyendo en las últimas semanas, llenos de material incendiario. Los capitanes cartagineses condujeron los barcos hasta cierto punto, entonces les prendieron fuego y dejaron que el viento hiciera el resto. Más de la mitad de la flota con la que Roma había llegado a África ardió ante los muros de Cartago, la primera de una serie de victorias para los cartagineses en esta corta guerra.
Durante lo que quedaba del 149 a. C. los romanos se contentaron con mantener el asedio sobre Cartago. Uno de los cónsules, Censorino, debió marchar a Roma para presidir las nuevas elecciones consulares, mientras que el otro, Manilio, tomó un contingente de cerca de 20.000 hombres y marchó hacia el interior de África, arrasando con los campos de cultivos y los pueblos no fortificados. Asdrúbal, que había seguido desde cerca a los romanos desde el inicio de la guerra, fue tras él aplicando una exitosa guerra de guerrillas contra sus líneas de exploradores y suministros, sofocándolos lentamente.
Ambos ejércitos chocaron a inicios del 148 a. C. cerca de la ciudad de Néferis, al sureste de Cartago. Los cartagineses obtuvieron la victoria, causando más de 10.000 bajas en el ejército romano, que debió retirarse a marchas forzadas hacia los campamentos con los que el resto de sus fuerzas asediaban Cartago, siendo constantemente acosado en el camino por la caballería de Asdrúbal. Contra todo pronóstico, los cartagineses estaban resistiendo e incluso parecían llevar la delantera en la guerra.
Sin duda la derrota en Néferis tiene que haber alarmado al senado romano, el cual ordenó al rey Masinisa unirse a la guerra como aliado. Con los nuevos refuerzos númidas, el cónsul Manilio se sintió lo suficientemente fuerte como para dejar la seguridad de sus campamentos y marchó nuevamente contra la ciudad de Néferis, quizás con la intención de borrar la afrenta de su pasada derrota. El ejército de Asdrúbal nuevamente le salió al encuentro, pero el cónsul romano se contentó con recibir la deserción de un escuadrón de caballería cartaginesa y se retiró otra vez a Cartago sin conseguir nada.
Con la llegada de la primavera llegó el nuevo cónsul, Pisón, con refuerzos desde Italia. Pisón tomó más de 20.000 hombres mientras el resto del ejército mantenía el asedio sobre Cartago, y marchó contra las ciudades y poblados de la región del cabo Hermeo (actual Cabo Bon). Ahí puso sitio a la ciudad de Aspis, pero después de más de dos semanas sin conseguir nada se retiró y fijó como nuevo objetivo la ciudad de Kelibia, la cual capturó y ordenó arrasar luego de varios días de asalto contra sus murallas.
Después de su pequeña victoria, el cónsul marchó con el ejército contra la ciudad costera de Hipágreta, una colonia griega fundada por el tirano Agatocles de Siracusa, y que se mantenía leal a Cartago. Los romanos asediaron la ciudad durante algunos meses, pero se vieron obligados a retirarse a Útica luego de que apareciera el ejército de Asdrúbal y atacara con éxito sus campamentos, destruyendo sus máquinas de asedio. Otra victoria para los cartagineses, pero mientras esto sucedía, los romanos mantenían el asedio contra Cartago con el grueso de sus fuerzas, cerca de 60.000 hombres y su recompuesta flota de guerra.
El resto del año no vio mayor acción, con los romanos dedicándose a saquear África mientras que en Cartago Asdrúbal llevaba a cabo un golpe de estado a través de sus intermediarios, erigiéndose como el principal gobernante de la ciudad, algo que a los cartagineses no les gustó mucho, por decir lo menos. En Roma también había descontento con la forma en que se estaba llevando a cabo la guerra, nada favorable para ellos, y para el año siguiente, el 147 a. C., escogieron a Escipión Emiliano (el nieto de Escipión Africano) como cónsul para hacerse cargo de los ejércitos en África.
Con la llegada de Escipión y nuevos refuerzos la guerra tomó otro curso. El general romano instauró un nuevo nivel de disciplina en el ejército y se centró en cerrar el cerco sobre Cartago. Asdrúbal juzgó que la ciudad ya no estaba segura con las fuerzas que tenía en su interior, y decidió marchar con su ejército y plantar su campamento a las afueras de esta, burlando las líneas romanas. Por su parte, Escipión se centró en fortificar el istmo que conectaba Cartago con el interior de África, cercándolo con un sistema doble de fosos y empalizadas, a la vez que construía una enorme torre de observación desde la que vigilar todo lo que sucedía dentro de la ciudad.
Su siguiente movimiento fue un ataque nocturno contra el sector norte de la ciudad. Las tropas romanas lograron superar la muralla e internarse en el suburbio de Megara, pero aun les quedaba otro circuito de murallas que superar para llegar al corazón de la ciudad, y ante la feroz resistencia de los cartagineses debieron retirarse. Ante este hecho, Asdrúbal decidió replegarse al interior de la ciudad con su ejército para dirigir personalmente sus defensas. Entonces Escipión decidió bloquear definitivamente Cartago por mar e inició la construccion de un colosal dique fortificado destinado a cerrar la entrada del puerto de la ciudad. Los cartagineses reaccionaron abriendo una brecha en sus murallas para dejar salir la flota que habían estado construyendo durante el último año, y atacaron por sorpresa a la flota romana. La batalla fue igualada, pero al final del día los cartagineses se retiraron sin poder levantar el cerco marítimo. El asedio proseguia con más fuerzas que nunca. Durante el resto del año Escipión se dedicó a reducir los enclaves de resistencia cartaginesa en África, logrando tomar la ciudad de Néferis.
Para comienzos del 146 a. C., Cartago estaba completamente rodeada por mar y tierra, aislada de los pocos aliados que le quedaban, y asolada por la hambruna y las plagas. El asalto final llegó durante la primavera. Escipión concentró sus fuerzas en un ataque anfibio en el sector de las murallas marítimas, cerca de los puertos y el ágora de la ciudad. Las fuerzas mermadas de Asdrúbal y los propios ciudadanos no pudieron hacer mucho salvo prender fuego a las edificaciones aledañas para frenar el avance romano y retirarse a la colina de Byrsa, el corazón de la ciudad. Ahí los cartagineses resistieron por cerca de una semana, hasta que Asdrúbal se rindió, un ejemplo que fue seguido por el resto de los sobrevivientes, cerca de 50.000, la mayoría de los cuales fueron esclavizados. A Asdrúbal y algunas familias de senadores se les permitió vivir en libertad. Los principales edificios de la ciudad junto a sus fortificaciones fueron arrasadas y el senado decretó la prohibición de habitar la ciudad. Era el fin de Cartago como entidad política y como ciudad, al menos por un tiempo. La Tercera Guerra Púnica, el último conflicto entre romanos y cartagineses, llegaba a su fin.
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