En el 218 a. C., tan solo veintitrés años después de haber firmado la paz, Roma y Cartago se embarcaron en una nueva guerra por la supremacía del Mediterráneo. La Segunda Guerra Púnica es conocida ante todo por la épica invasión de Italia por parte de Aníbal con un ejército que marchó a través de los Alpes en invierno para sorprender el corazón de los dominios romanos, pero esta es una guerra que también se luchó en otros escenarios, como Sicilia, Hispania y África, incluso arrastrando al conflicto al reino de Macedonia. Al final, y luego de diecisiete años que vieron algunas de las batallas más épicas y trascendentales de la Antigüedad, Roma se impuso nuevamente, coronándose como la potencia indiscutida del Mediterráneo.

En el 218 a. C. una embajada romana viajó a Cartago para protestar formalmente ante el senado cartaginés por la toma y destrucción de la ciudad griega de Sagunto por parte de Aníbal y su ejército en Hispania. Cuando los embajadores romanos les dieron a elegir a los senadores cartagineses entre la entrega de Aníbal o la guerra, estos escogieron la guerra. Así fue como comenzó la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.). En palabras del historiador romano Tito Livio, la “confrontacion entre los dos pueblos más poderosos de la tierra” (dimicationem duorum opulentissimorum in terris) (23. 33. 1).
Partamos por revisar el episodio de la destrucción de Sagunto, un hecho que viene a reflejar un nuevo momento de máxima tensión entre las relaciones púnico-romanas, donde sobre todo los romanos, veían con creciente preocupación la consolidación del nuevo poderío cartaginés tras haber sido derrotados en la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.). Los cartagineses, al haber sido expulsados de Sicilia y las islas circundantes por el tratado de paz del 241 a. C., fijaron sus ojos en la expansión territorial para recuperar económicamente las arcas estatales. Durante la Primera Guerra Púnica, los cartagineses ya habían llevado a cabo campañas de expansión en la propia África, añadiendo nuevos territorios y tribus a las que gravar con impuestos y someter a procesos de reclutamiento para sus ejércitos. Los gobernantes cartagineses vieron las ventajas que tenía la consolidación de un imperio terrestre, en desmedro de ese imperio marítimo que se desplomó con la pérdida de sus flotas y Sicilia como base de operaciones. La facción de los Bárcidas, dominante en el senado cartaginés luego de la derrota ante Roma, puso sus ojos en Hispania, con sus belicosas tribus celtíberas y sus abundantes minas de oro, plata y otros metales.
Para el 219 a. C., año en que Aníbal tomó y destruyó Sagunto, los cartagineses habían levantado un verdadero imperio en la zona sureste de Hispania, abarcando desde las Columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar) hasta el río Ebro con Nueva Cartago como capital. Hacia el norte del Ebro era considerado como territorio bajo influencia romana, hecho reconocido en un tratado entre cartagineses y romanos que data del 225 a. C., en el cual se reconocían los dominios cartagineses y la zona de influencia romana con el río Ebro como frontera. El problema está en que Sagunto se encontraba al sur del Ebro, es decir, en territorio cartaginés (reconocido así por los propios romanos), y en algún momento entre el 225 y el 219 a. C., los romanos le ofrecieron a los saguntinos una amistad formal que los ubicaba bajo su zona de influencia.
Esta amistad formal entre saguntinos y romanos refleja las ansias de los primeros respecto al avance y consolidación de los dominios cartagineses en la zona. Los saguntinos, al igual que los romanos, debieron creer que este lazo frenaría a los cartagineses en su avance por Hispania, sobre todo porque, desde la perspectiva romana, al haberlos vencido en la Primera Guerra Púnica, veían a los cartagineses como un pueblo sometido que en teoría había entendido su lugar en el plano internacional. Ahora Roma era la potencia hegemónica del Mediterráneo occidental, y el caso de Sagunto resultaba ideal para poner a prueba este nuevo orden.
Claro que los cartagineses tenían otros planes. Cuando en el 219 a. C. aristócratas saguntinos pro-púnicos y algunos agentes cartagineses fueron atacados y expulsados de la ciudad, Aníbal movilizó su ejército contra esta, iniciando un asedio que duró más de ocho meses y que culminó con la toma y destrucción de la ciudad. Por supuesto, durante ese tiempo los saguntinos enviaron embajadas a sus amigos los romanos pidiendo ayuda, pero estos decidieron no hacer nada: el solo hecho de cruzar el río Ebro con un ejército significaba romper el tratado del 225 a. C. firmado entre ambos pueblos, lo que habría implicado que Roma habría sido la causante de la guerra. Solo cuando Aníbal hubo tomado y destruido la ciudad, los romanos enviaron una embajada a Cartago exigiendo la entrega del general cartaginés. El senado cartaginés se negó, y los romanos declararon la guerra. Era marzo del 218 a. C.

El historiador griego Polibio, nuestra mejor fuente para las Guerras Púnicas (entrevistó a veteranos sobrevivientes del ejército de Aníbal y acompañó al cónsul Escipión Emiliano en el asedio de Cartago), sostiene que hay tres razones que explican el estallido de esta nueva guerra (3. 9-10). En primer lugar, estaría el resentimiento de la facción de los Bárcidas en Cartago, lideradas por Amílcar y después por Aníbal, por la derrota ante Roma en la Primera Guerra Púnica y las duras condiciones impuestas por el tratado de paz. En segundo lugar, estaría la injusta anexión de Cerdeña por parte de Roma mientras Cartago luchaba contra su propio ejército en la Guerra de los Mercenarios (241-238 a. C.). Cerdeña, que pertenecía a Cartago, fue ofrecida al senado romano por la guarnición de mercenarios que protegía la isla al ver que sus compañeros se habían rebelado en África. Los romanos aceptaron la isla, lo que llevó a una protesta formal por parte de Cartago y una consiguiente declaración de guerra romana que quedó en nada cuando los cartagineses cedieron formalmente la isla a Roma. Esta afrenta habría sido una de las principales causas que inclinaban a los cartagineses a una nueva guerra contra los romanos. Por último, Polibio sostiene que la rapidez con que los cartagineses se habían expandido por Hispania mantenía alerta a los romanos, que no veían esto con buenos ojos. Esto nos remite nuevamente al asunto de Sagunto, donde el poder e influencia de ambos pueblos volvieron a chocar.
La guerra que Roma le declaró a Cartago en el 218 a. C. fue una preventiva, que buscaba atajar y limitar el crecimiento del renovado imperio cartaginés. Los movimientos ya estaban premeditados. Dos ejércitos consulares fueron despachados para invadir los dominios cartagineses, uno hacia Hispania y el otro a África. Aníbal, que de seguro sabía que una guerra contra Roma era más que probable, torció la estrategia romana al iniciar una sorpresiva marcha a través de Hispania y la Galia para alcanzar los Alpes e invadir el corazón del territorio romano: Italia.
Las medidas del general cartaginés surtieron efecto. El ejército romano destinado a África abortó la invasión para volver a Italia y enfrentar la nueva amenaza mientras que el otro ejército, destinado a Hispania, mantuvo su curso sin su cónsul, que decidió regresar a Italia con un pequeño contingente para interceptar a Aníbal, que acababan de cruzar los Alpes. La primera batalla de la Segunda Guerra Púnica se dio a finales del 218 a. C. junto al río Tesino en la Galia Cisalpina (actualmente el extremo norte de Italia). La caballería de ambos bandos se encontró por sorpresa y lo que comenzó como una escaramuza terminó como una batalla campal en la que si bien no hubo mayores bajas en ninguno de los dos bandos, los romanos terminaron huyendo del campo de batalla con su cónsul Escipión herido.
Algunas semanas después llegó a la zona el cónsul Sempronio Longo con el ejército consular que inicialmente había sido destinado a invadir África y unió sus fuerzas a las de Escipión, que seguía inhabilitado por sus heridas. El cónsul Sempronio tenía razones para sentirse confiado en que podía obtener la victoria en una batalla campal. En su avance por los Alpes en invierno el ejército de Aníbal había perdido cerca de 20.000 efectivos, quedando reducido a cerca de 25.000 hombres cansados por la marcha y la falta de provisiones, y treinta y siete elefantes. Por su parte, habiendo combinado fuerzas, el ejército romano rondaba los 42.000 hombres. Aun así, cuando se enfrentaron junto al río Trebia, los cartagineses demostraron ser superiores, arrasando con el ejército romano. Unos 10.000 legionarios junto al cónsul Sempronio lograron escapar y refugiarse en la ciudad de Plasencia, los demás murieron en el campo de batalla o fueron hechos prisioneros. Aníbal tenía la vía libre para seguir avanzando por Italia.
Al año siguiente, Roma envió un nuevo ejército de cerca de 25.000 hombres al mando del cónsul Flaminio a bloquear el avance del ejército cartaginés por Etruria. Flaminio estaba ansioso por presentar batalla a Aníbal, aun cuando el enemigo lo doblegaba en número, y lo persiguió a marchas forzadas. La batalla del lago Trasimeno se dio en una mañana en que las orillas del lago estaban cubiertas de neblina, pero no de la forma en que el cónsul esperaba. Una emboscada del ejército cartaginés barrió con las legiones romanas y el propio Flaminio, que murió en el campo de batalla. Cerca de 15.000 romanos y aliados itálicos murieron ese día. Unos 6.000 lograron abrirse paso combatiendo entre las tropas cartaginesas y huir. Los demás sobrevivientes fueron hechos prisioneros junto a un escuadrón de caballería de unos 4.000 jinetes que cayó en manos de Aníbal unos días más tarde, completando así la catástrofe.

Aun cuando la situación en Italia era crítica para Roma, no todo eran malas noticias. Ese mismo año, en Hispania, el ejército romano logró una victoria en una batalla anfibia en el río Ebro contra las tropas cartaginesas comandadas por el hermano de Aníbal, Asdrúbal, y para el año siguiente, el 216 a. C., parecía haberse recuperado de los duros reveses, levantando un ejército de cerca de 80.000 hombres, el más grande de su historia, para hacer frente a Aníbal.
Nuevamente, las cosas no salieron como los romanos esperaban. Su masivo ejército se enfrentó a los cerca de 50.000 soldados de Aníbal cerca del pueblo de Cannae en verano del 216 a. C. Contra todo pronóstico, las tropas cartaginesas lograron envolver al ejército romano y aplastarlo. Cerca de cincuenta mil romanos y aliados itálicos perecieron en el campo de batalla. Otros 4.500 fueron hechos prisioneros. Para los romanos, el desastre fue total. Aníbal envió una embajada a Roma convencido de que luego de sus tres aplastantes victorias podría imponer términos de paz, pero los romanos se negaron a escuchar a sus enviados, resueltos a proseguir la guerra.
Voy a hacer un pequeño paréntesis aquí en la narración para rebatir la noción, muy compartida en el imaginario popular moderno, de que Aníbal fue o era el eterno enemigo de Roma y que habría buscado su destrucción. El hecho de que haya enviado una embajada ante Roma proponiendo conversaciones de paz simplemente rebata esa idea. Aníbal no buscaba destruir Roma, sino doblegarla e imponer nuevos términos que revirtieran las condiciones establecidas por el tratado de paz de la Primera Guerra Púnica, y destruir la red de aliados sobre la que se sustentaba Roma. Esto último lo logró, en parte, luego de su épica victoria en Cannae. Capua, la principal ciudad de la región de Campania, al sur de Roma, y una de las ciudades más grandes de Italia (las fuentes antiguas la denominan la segunda ciudad más grande de Italia), decidió pasarse al bando cartaginés y recibir al ejército de Aníbal. Su ejemplo fue seguido por la mayoría de ciudades y pueblos de la zona, y más tarde por las colonias griegas de la costa el sur de Italia, entre ellas Locri y Tarento.
Por su parte, los romanos por fin se decidieron a aplicar la estrategia propuesta por Fabio Máximo en su período como dictador luego de la derrota en la batalla de Trasimeno, quien evitó las batallas campales en favor de guerras de guerrillas contra las líneas de suministro y exploración enemigas, buscando asfixiarlas lentamente. Luego de la derrota en Cannae, los romanos fueron reacios a enfrentarse en batallas campales con Aníbal, conscientes de su habilidad como general y de la calidad de sus fuerzas. La serie de generales romanos que siguieron hasta el año 212 a. C. siguieron la estrategia de Fabio al pie de la letra, siempre evitando las confrontaciones con Aníbal, mientras que la guerra comenzaba a tomar impulso fuera de Italia.
En el 215 d. C., Cartago y el reino de Macedonia se aliaron, con lo que los macedonios entraron en la contienda, abriendo un nuevo escenario para los romanos en Iliria, donde venían consolidando su influencia en los últimos años, y en Grecia, donde Filipo V, el rey de Macedonia, buscaba hacer lo mismo. Como si fuese poco, ese mismo año Siracusa en Sicilia, hasta entonces aliada de Roma, decidió cambiar de bandos y aliarse a Cartago. En Cerdeña, arrebatada por Roma a Cartago hace pocas décadas, los cartagineses iniciaron una rebelión que obligó a los romanos a enviar un ejército a la isla. Ahora la guerra se luchaba en cuatro frentes: Italia, Hispania, Sicilia y Cerdeña.
En el año 214 a. C. los romanos trasladaron la mayoría de sus esfuerzos a Sicilia y pusieron sitio a Siracusa. La ciudad griega resistió por por casi dos años gracias al ejército cartaginés enviado a la isla y los reabastecimientos llevados a cabo por la flota púnica, pero eventualmente cayó en manos de las legiones comandadas por Marcelo. Esto le dio un nuevo impulso a los romanos, ya que en el 212 a. C. pusieron sitio a Capua con un ejército de cerca de 40.000 hombres, a la vez que se sentían lo suficientemente fuertes como para enfrentar en batalla campal nuevamente a Aníbal, a quien habían estado eludiendo los últimos años. Para variar, las cosas no salieron como los romanos esperaban. Primero Aníbal tendió una emboscada a un ejército romano de unos 16.000 hombres, aniquilándolo por completo junto a su comandante en la batalla del río Silaro, y luego de dirigirse a Capua y fallar en levantar el sitio romano, se movió a la región de Apulia, donde destruyó otro ejército romano en la primera batalla de Herdonia, donde los romanos sufrieron cerca de 16.000 bajas.
En el 211 a. C., y aun sin poder romper el sitio romano de Capua, Aníbal llevó a cabo su famosa marcha sobre Roma, donde incluso llegó a formar a su ejército en orden de batalla ante los muros de la ciudad durante dos días seguidos, solo para retirarse ante el desarrollo de fuertes tormentas. Ese mismo año, el ejército romano en Hispania, comandado por los hermanos Cneo y Cornelio Escipión (y que había operado con éxito en los últimos años, derrotando al ejército cartaginés por segunda vez en el 215 a. C., en la batalla de Dertosa), fue aniquilado junto a sus comandantes por las fuerzas combinadas de los tres generales cartagineses en la zona. Un nuevo y duro revés para Roma, del cual se hizo cargo enviando al hijo de Cornelio Escipión, del mismo nombre, a Hispania con refuerzos en el 210 a. C.
Ese mismo año, las fuerzas cartaginesas eran expulsadas definitivamente de Sicilia, cuando su comandante Mutines traicionó a Cartago y entregó Agrigento, la única ciudad bajo control cartaginés, a los romanos. En Italia, Aníbal obtenía otra aplastante victoria en el sur de Italia en la segunda batalla de Herdonia, donde su ejército venció a las fuerzas del procónsul Fulvio Centumalo, quien murió en el campo de batalla junto a más de 10.000 de sus hombres. La mayoría de los sobrevivientes fueron hechos prisioneros.
En cuanto al joven Escipión, no tardó en demostrar su capacidad militar y en el 209 a. C., mediante marchas forzadas tomó por sorpresa la capital cartaginesa en Hispania, Nueva Cartago, asestando un duro golpe al enemigo. Al año siguiente, Escipión derrotó a las fuerzas cartaginesas comandadas por Asdrúbal Barca en la batalla de Baecula. Los romanos salieron victoriosos, con cerca de 8.000 soldados cartagineses muertos en el campo de batalla y unos 10.000 hechos prisioneros. Asdrúbal logró escapar junto a un contingente de caballería y comenzó a preparar un nuevo ejército para unirse a su hermano Aníbal en Italia, invadiéndola en en 207 a. C.
Por segunda vez en la guerra, un ejército cartaginés había atravesado los Alpes y amenazaba con arrasar con los dominios romanos, quienes juzgaron esencial enfrentar a Asdrúbal antes de que pudiera unir fuerzas con su hermano, que se encontraba en el sur de Italia. Los romanos lo interceptaron en el norte de Italia, junto al río Metauro. La batalla del Metauro supuso una aplastante victoria romana que conllevó a la destrucción de este nuevo ejército invasor y la muerte de Asdrúbal, que al ver que había perdido la batalla, decidió cargar contra las líneas enemigas y morir luchando. Las bajas cartaginesas rondaron cerca de los 10.000 hombres, con otros 5.000 hechos prisioneros.
Para Cartago y Aníbal en particular, el golpe fue muy duro. El general cartaginés llevaba años solicitando refuerzos con los que inclinar la balanza a su favor. Solo en dos ocasiones, en el 217 y en el 215 a. C., Aníbal recibió refuerzos, principalmente dinero y suministros para reclutar nuevos soldados de las comunidades itálicas. Con la derrota de Asdrúbal y la aniquilación de su ejército, la posibilidad de reforzar de forma significativa el ejército de Aníbal se esfumó y el general cartaginés quedó recluido al sur de Italia, donde aun tenía apoyo, principalmente entre las ciudades griegas de la zona. Por su parte, los romanos ya habían aprendido que debían evitar a Aníbal en campo abierto a toda costa mientras desgastaban a Cartago en los otros escenarios en que se luchaba la guerra.
En el 206 a. C., Escipión, que seguía al mando de las legiones en Hispania logró una nueva victoria ante los cartagineses en la batalla de Ilipa, confinando sus dominios a la ciudad fenicia de Gadir y sus alrededores. La Hispania cartaginesa por fin había caído, y luego de que Filipo V de Macedonia pidiera la paz a los romanos en el 205 a. C. la guerra quedó reducida a un único escenario, Italia. Obviamente, los romanos querían cambiar eso, y pronto retomaron el plan inicial de la guerra impulsados principalmente por Escipión: invadir África.
En el 204 a. C. los romanos desembarcaron en África con un ejército de 30.000 hombres comandados por el propio Escipión, quien estableció su campamento junto a la ciudad púnica de Útica, que procedió a poner bajo asedio. Los cartagineses reaccionaron enviando un ejército reforzado por las tropas del rey númida Sixaf, quien gobernaba sobre la mayoría de las tribus de Numidia (tierras al oeste de Cartago, actual Argelia), y establecieron sus campamentos cerca del romano. Durante los siguientes meses no hubo mayores acciones, y cuando Escipión ofreció iniciar negociaciones de paz, los cartagineses aceptaron utilizando a Sifax como intermediario. Pero todo se trataba de una treta de Escipión, quien utilizó la tregua para pillar desprevenidos a los cartagineses y númidas al atacar sus campamentos de forma sorpresiva una noche, prendiéndoles fuego. Cerca de 40.000 hombres perecieron esa noche, y otros 5.000 fueron hechos prisioneros. El general cartaginés, Asdrúbal hijo de Giscón, y Sifax, lograron escapar para comenzar a reclutar nuevos refuerzos. Salvo por sus fortificaciones, Cartago estaba indefensa.
Al año siguiente romanos y cartagineses chocaron en la batalla campal de las Grandes Llanuras, al oeste de Cartago. Los cerca de 30.000 soldados recién reclutados de Asdrúbal y Sifax no fueron una amenaza para los veteranos de Escipión, que obtuvo una contundente victoria que nuevamente le despejó el camino hacia Cartago. Los cartagineses, aun disponiendo de buques de guerra, lanzaron un desesperado ataque contra la flota romana que sitiaba Útica por mar, pero al no poder vencerla, se retiraron y solicitaron a Escipión iniciar negociaciones de paz a la vez que enviaban emisarios a Aníbal con la orden de abandonar Italia para defender África. Por su parte, el desafortunado Sifax fue perseguido por los romanos y Masinisa (el rey de otra tribu númida que buscaba unificar Numidia en un solo reino) y capturado cerca de Cirta (en la actual Argelia). La única fuerza militar, el último recurso que le quedaba a Cartago, era el ejército de Aníbal en Italia.
El general cartaginés desembarcó en África ese mismo año, en el 203 a. C. junto a la ciudad púnica de Leptis Menor, al sur de Cartago. Mientras tanto, cerca de Cartago se produjo un confuso incidente que sepultó cualquier posibilidad de que las negociaciones de paz llegaran a buen término. Sucedió que algunos barcos de transporte de suministros fueron abandonados por los romanos y luego capturados por los cartagineses, quienes los remolcaron a la ciudad. Cuando Escipión se enteró, en el marco de la tregua establecida por las negociaciones de paz, envió una embajada a protestar a Cartago, pero esta no fue bien recibida por el pueblo, y cuando abandonaba la ciudad fue atacada por un buque de guerra cartaginés que estuvo cerca de hundir la embarcación en la que se movilizaba. Era finales del 203 a. C.
Durante la primera mitad del 202 a. C. Aníbal se dedicó a reforzar su ejército con nuevos reclutamientos en África, mientras que Escipión avanzó con su ejército al oeste en dirección a Numidia para recibir refuerzos de Masinisa. En octubre de ese año, romanos y cartagineses se enfrentaron cerca del pueblo de Zama en la última batalla de la Segunda Guerra Púnica. Al menos en números las fuerzas eran similares, con ambos ejércitos rondando los cerca de 40.000 efectivos. Aníbal también contaba con algunos elefantes de guerra entrenados durante el último año, los cuales terminaron siendo neutralizados por Escipión. El general romano también contaba con la superioridad de su caballería, sobre todo con los contingentes númidas aportados por Masinisa (cerca de 4.000 jinetes), los cuales derrotaron y pusieron en fuga a la caballería cartaginesa durante la batalla. Al final del día, los romanos obtuvieron una contundente victoria, la primera en una batalla campal sobre Aníbal, que logró huir con un reducido cuerpo de caballería a la ciudad de Hadrumento. La batalla de Zama se saldó con cerca de 20.000 bajas en el ejército cartaginés, y más de 10.000 prisioneros.
Aun así, hubo senadores cartagineses que querían continuar con la guerra. Fue el propio Aníbal quien tuvo que convencerlos de que lo mejor era pedir la paz a Roma. El 201 a. C, y luego de más de diecisiete años de una cruenta y destructiva guerra que se extendió por gran parte del Mediterráneo occidental, romanos y cartagineses firmaron la paz. Los términos impuestos por Roma fueron duros, como cabía esperar: Cartago debía pagar una indemnización de guerra de diez mil talentos de plata en un plazo de cincuenta años, reducir su flota a un máximo de diez buques de guerra, entregar todos sus elefantes de guerra y comprometerse a no entrenar más, entregar cien rehenes, devolver territorio al rey númida Masinisa, ahora aliado de Roma, y por último, la prohibición de hacer la guerra, dentro o fuera de África, sin el consentimiento del senado romano (Livio, 30. 37. 1-6).
Como veremos en el siguiente artículo, esta última cláusula resultó ser un verdadero desastre para los cartagineses, que quedaron reducidos a un estado de segundo orden sometido a Roma, mientras que esta se alzaba como el poder hegemónico indiscutido del Mediterráneo. El Imperio romano comenzaba a tomar forma, pero en la mente de los senadores romanos aun quedaba un último obstáculo que superar. Como decía Catón, Cartago debe ser destruida (Carthago delenda est).
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Roma estuvo mucho más cerca de no llegar a ser lo que fue de lo que muchos se creen. Cartago tenía uno de los mejores generales de la antigüedad, Aníbal, pero los estrategas no supieron sacar el máximo rédito a esa circunstancia (dada esa falta de apoyo). La Segunda Guerra Púnica marcó un antes y un después, supuso un revés del que Cartago no pudo recuperarse, y dejó vía libre al despliegue de Roma como gran potencia del Mediterráneo.
Gran artículo.