Los fenicios fueron un pueblo de la Antigüedad originario de lo que es actualmente el Líbano, cuyas tierras recibían el nombre de Fenicia en honor a ellos. A lo largo de su historia, fundaron múltiples colonias en el Mediterráneo occidental que en la actualidad son catalogadas, en términos identitarios, como púnicas, siendo Cartago el caso más emblemático. Hablar de las identidades fenicias y púnicas es un tema complejo. Lo que pretendo abordar aquí, más que definir los principales aspectos culturales de unos y otros (que por lo demás, no parecen ser muy distintos), es el problema de si es correcto hablar de fenicios y púnicos como entidades culturales distintas. Así las cosas, ¿eran los púnicos como los cartagineses, también fenicios como los habitantes de Tiro, Sidón o Aradus?

En su monumental obra que constituye un momento fundacional para la historiografía fenicia, The World of the Phoenicians de 1973, Sabatino Moscati plantea en sus primera páginas que:
es difícil establecer el momento en que la civilización fenicia desaparece y comienza la civilización púnica, y en muchos casos el problema es irrelevante, puesto que una es la continuación y desarrollo de la otra (p. 18).
El propio Moscati lo ha dicho. El problema es irrelevante en cuanto que fenicios y púnicos son un mismo pueblo al que se le designan distintos términos según el tiempo y contexto geográfico. Ahora, para Moscati está claro que hablar de cultura fenicia no es necesariamente lo mismo que hablar de cultura púnica, puesto que esta última tiene como rasgo distintivo la recepción de elementos culturales locales de los lugares en que fueron asentadas las colonias. Este concepto –colonias– es esencial ya que permite hacer una primera distinción entre las ciudades de Fenicia, distinguidas como tales (fenicias), y sus colonias, las cuales reciben el término de púnicas. Ciudades de las tierras de origen, fenicias; colonias en el oeste, púnicas.
Quizás esa es la diferenciación más tangible que pueda hacerse al comparar las ciudades fenicias y sus colonias occidentales, pero hay mucho académicos modernos que abogan por utilizar y profundizar en la distinción de ambos conceptos desde una perspectiva identitaria, implicando que los términos fenicio y púnico no son sinónimos, o que sería incorrecto tachar de fenicias a colonias como Cartago, Útica o Gadir. Hagamos un breve repaso.
Por ejemplo, Bondì (Phoenicity, punicities, 2015) tiene una idea bastante clara para lo que viene a ser el término púnico, el cuál serviría para denominar a las colonias fenicias establecidas en el Mediterráneo occidental, a partir del surgimiento de Cartago como una ciudad hegemónica frente a las otras colonias. Así, el término púnico estaría estrechamente relacionado a la cultura cartaginesa y la de otras ciudades púnicas de África como Útica, Susa y Lempta, las cuales comienzan a adquirir rasgos culturales propios debido al constante contacto con la población local, y que imponen a través del dominio cartaginés. Otros historiadores y arqueólogos como Telmini, Docter, Bechtold y Chelbi (Defining Punic Carthage, 2015) son de opinión similar, argumentando que la distancia de las colonias con su tierra de orígen, y el constante contacto con culturas locales tan variadas como las de Sicilia, África y el sur de Iberia, las llevó a un cambio gradual que no les permite ser catalogadas como fenicias, y por ende el uso del término púnico vendría a ser el correcto.

Personalmente, me cuadro con la opinion de académicos como Moscati o Prag, quienes sostienen que la distinción entre fenicios orientales y púnicos occidentales es una moderna ya que púnicos y fenicios eran un mismo pueblo. Ahora, el término fenicio –asumiendo que es lo mismo que púnico– es problemático por sí mismo para la historiografía moderna, porque no tenemos registro de los propios pueblos que catalogamos como fenicios refiriéndose a sí mismos de esa manera. En otras palabras, los fenicios no se definían como fenicios, o no tenemos registros escritos o epigráficos que lo demuestren. Desde esta perspectiva, el solo hecho de hablar de fenicios, vendría a ser altamente problematico, anacrónico, o de lleno incorrecto, pero sí existen ciertos indicios que al menos justifican esta noción que la historiografía moderna comparte con la literatura greco-romana, donde las distintas ciudades de Fenicia (Tiro, Sidón, Byblos y Aradus) sí eran vistas al menos como una entidad cultural única, la cual compartía idioma, costumbres y creencias religiosas. El término que los griegos utilizaban para referirse a este conjunto de ciudades era φοῖνιξ, que fue traducido por los romanos como phoenix o poenus, sinónimos que significaban fenicio.
Los griegos utilizaban el término φοῖνιξ sin distinción para hacer referencia a las ciudades de Fenicia y sus colonias, de modo que tanto Cartago como Gadir o Sidón podían ser catalogadas como φοῖνιξ. En un principio, los romanos utilizaban los términos phoenix y poenus de la misma forma, de modo que tanto Tiro como Útica podían ser catalogadas como poenus o phoenix. El término punicus aparece en escena en el último período de la República romana (siglo I a. C.), mucho tiempo después de la última de las Guerras Púnicas y la destrucción de Cartago, y viene a consolidar una tradición que se inicia con Varro, en cuyos extractos, a los cuales se pueden acceder indirectamente a través de la obra de Plinio el Viejo (H.N. 3. 1. 8), aparecen las primeras distinciones entre los términos phoenix y poenus. Así, el término poenus habría dado paso al término punicus, el cual se utilizaba exclusivamente para referirse a las colonias fenicias en el Mediterráneo occidental. Esta es una característica exclusiva de la literatura romana, pues en la griega siempre siguió existiendo una sola palabra para referirse a las ciudades fenicias y sus colonias occidentales.
Es interesante el hecho de que el término punicus surja justo en la época en que Roma entró en contacto directo con Fenicia, cuando la región de Siria fue anexada a la Repúlica por Pompeyo (64 a. C.). Quizás el contacto directo que tuvieron los romanos con las ciudades de Fenicia los llevó a percibir diferencias culturales que ameritaban una palabra que distinguiera a estas de las colonias del Mediterráneo occidental, con las que los romanos ya estaban bastante familiarizados.
Ahora, y volviendo al inicio de este artículo, ¿es correcto hablar de una cultura fenicia y una cultura púnica? Nuevamente, podemos recurrir a Moscati, quien tilda esto como un problema irrelevante puesto que en realidad no es un problema, pero la duda sigue existiendo, por lo que la formularé de otra forma. ¿Las ciudades catalogadas como púnicas, eran tan distintas culturalmente a las fenicias como para merecer tal distinción, o también eran ciudades fenicias?
Partamos por el hecho de que el idioma púnico era un diálecto del fenicio, sin mayores modificaciones. De la misma forma, la religión fenicia, con sus dioses Baal Hamon, Baal Shamem, Reshef, Astarté y Melkart, era la religión de las colonias occidentales. El culto del dios Melkart, el principal dios de la ciudad de Tiro, también era practicado en el otro extremo del Mediterráneo, en Gadir, donde había un templo consagrado en su honor. Un tirio en Gadir no habría tenido problemas para encontrar los templos de los mismos dioses a los que ofrendaba en Tiro, y tampoco habría tenido mayores problemas para comunicarse con la población local, ya que solo algunas palabras, modismos y acento diferirían de su propio idioma. Lo mismo habría sucedido con un comerciante de Gadir en Tiro. No habría tenido necesidad de recurrir al griego para darse a entender, y habría encontrado con facilidad un templo consagrado a Melkart donde realizar ofrendas, tal como en su ciudad.
Quizás la comparación entre Tiro y Cartago es la más reveladora en cuanto a las similitudes culturales que compartían ambas ciudades y por ende, fenicios y punicos si es que alguien quiere mantener la distinción. En Tiro, la fundadora de Cartago, el dios principal era Melkart, y también se adoraba otros dioses como Baal Hamon, Astarté y Reshef, todos dioses adorados por los cartagineses. La única diferencia en ese sentido, se encuentra en la apertura cultural cartaginesa, que permitió la incorporación de dioses egipcios y griegos, pero los dioses fenicios provenientes de Tiro siempre constituyeron sus principales deidades.
En el ámbito de la política, la institución de los sufetes establecida en Cartago, magistraturas anuales compartidas por dos personas que detentaban los máximos poderes de la ciudad, fue heredada de Fenicia, donde su uso se atestigua a través de inscripciones en Tiro. Lo mismo sucede cuando uno se fija en los nombres de los magistrados registrados en ese tipo de inscripciones, como Adonibaal, un nombre común tanto en Tiro como en Cartago.
Existe un episodio en particular, registrado por el historiador romano Tito Livio, que da cuenta de la estrecha conexión cultural que seguía existiendo entre Tiro y Cartago a principios del siglo II a. C., más de seiscientos años después de la fundación de la colonia en África. En palabras de Livio (33. 49. 5), luego de exiliarse de Cartago para evitar ser atrapado por los romanos en el 196 a. C., Aníbal
llegó a Tiro, donde los fundadores de Cartago dieron la bienvenida, como a una segunda patria, al hombre que se había distinguido con todos los honores posibles.
La elección de Aníbal para exiliarse no fué casual. Las ciudades de Fenicia se encontraban bajo poder seléucida, el único imperio de la época capaz de oponer cierta resistencia a Roma, y la elección de Tiro en particular resulta la más lógica en cuanto a la familiaridad con la ciudad y sus costumbres. No debe haber sido difícil para Aníbal, un hombre que pasó la mayor parte fuera de Cartago, sentirse como en una segunda patria, tal como pretendían los habitantes de Tiro, una ciudad con la que compartía el idioma, la creencia en los mismos dioses, y un pasado en común.
Sin duda el tema de la identidad fenicia es uno que sigue en desarrollo, a la espera de lo que puedan descubrir nuevas excavaciones arqueológicas. No pretendo dar una respuesta definitiva al asunto, pero sí remarcar las similitudes entre las ciudades fenicias y sus colonias, y dar cuenta de lo complejo que puede llegar a ser catalogar lo púnico como algo distinto de lo fenicio. El tema de las alteraciones culturales que sufrieron las colonias por las distantes localizaciones en que fueron fundadas sí da cuenta de particularidades regionales, pero que no son suficientes para permitirles separarse del cuerpo principal que es la cultura fenicia. En ese sentido, me parece que lo más correcto es entender el término púnico como un sinónimo de fenicio, con la condición de la limitación geográfica. Así, la aplicación del concepto púnico se limitaría a las colonias fenicias en el Mediterráneo occidental, concepto que permite reconocer las variaciones culturales que sufrieron a lo largo de los años debido al contacto con las culturas locales, pero que de ninguna forma implica una separación con la cultura fenicia.
Todos los púnicos eran fenicios, pero no todos los fenicios eran púnicos. Ambos compartían un idioma, creencias y orígen en común, y si bien no existe evidencia proveniente de ciudades fenicias o púnicas que den cuenta de una autopercepción como la que estamos definiendo, los vestigios arqueológicos y las fuentes literarias sí dan cuenta de estos elementos comunes que permitieron a los griegos y romanos identificarlos bajo una misma identidad cultural.
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